IVÁN Y LA NIÑA
Se oye el tema de una melodía de Bach. Todos saben que son las 11. Es Iván con su violín. Todas las mañanas camina por el barrio de los inmigrantes en la periferia de una ciudad francesa. Allí vive desde hace muchos años, cuando legó de Amur, región de la Siberia. Se lo conoce como “el ruso Iván”, Algunos le dice “Iván ,el loco”.
Trabajó como ebanista y se incorporó al cuarteto de cuerdas de la universidad, como primer violín. Jubilado, no pudo abandonar su pasión por la música y todos los días deleita a los pobladores. Los vendedores del mercado bajan el tono del voceo de las mercaderías y todos hablan en voz muy queda, para oírlo mejor.
A veces Mozart, otras Brahms o el Kazachov. Cuando llueve abre las ventanas de su casa y, desde allí, interpreta algunas melodías. Se puede ver la casita ordenada y prolija que contrasta con su desaliño personal.
Hace poco tiempo llegó al barrio una familia africana con cinco hijos. Una de las niñas lo sigue desde lejos con mucha atención, siempre mirando el suelo. Iván ha oído que la llaman Tunsil y que son de Malí. Días atrás el violinista entró en la panadería y compró unos bollitos. Ofreció la bolsita a la niña, Tunsil tomó uno y salió corriendo. Otro día le dijo: Hola, Tunsil. La niña no respondió.
Iván investigó en Internet sobre la música africana, encontró la partitura de la canción Sumamaka y la practicó. En un día de sol Iván la interpretó. La niña lo miró a los ojos por primera vez con una mezcla de picardía y sorpresa. El tema terminó con percusión de los nudillos en el fondo del violín. La cara de Tunsil se iluminó con una sonrisa que marcó hoyuelos en las mejillas y movió su cuerpito siguiendo el ritmo.
Iván pensó : es el regalo más hermoso y puro que he recibido.
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